Se llamaba Gracia. Tenía 39 años, unos preciosos ojos negros, unos cuantos vestidos de colores mucho más cortos de lo que su madre hubiera deseado y, desde hace un año, un diagnóstico implacable: cáncer de cuello de cérvix inoperable y en estadio muy avanzado. Hace casi dos décadas se fue de casa, y sin proponérselo, después de un golpe tras otro, de esos que da la vida y son como hachazos de hielo, asumió el oficio que le fue dando de comer… era prostituta. 

 Tras largas noches de hospital, con el terror pegado a la piel, débil, desvalida, sola, maltratada una y otra vez, humillada y sin esperanzas, volvió muy enferma a casa de sus padres hace tan solo dos meses…. Solo buscaba calor, volver a la infancia, echar el tiempo atrás, desandar el camino de este frio y oscuro túnel… “buscar el perdón en los ojos de mamá». 

Gracia fue etiquetada en el hospital como: «paciente complicada, que incumpliría tratamientos quimioterápicos por ser un caso social, por no tener una red adecuada de apoyos familiares ni condiciones dignas de vivienda e higiene… somos médicos no trabajadores sociales». 

 Y entonces Gracia, desde su fragilidad extrema, asumió todo su poder de paciente al final de la vida y tomó sus propias decisiones… «no quiero más hospitales, ni más pinchazos, no puedo más… ¿lo entendéis? De verdad, es que ya no puedo más…solo quiero estar con mi familia, solo eso, un tiempo con ellos, nada más».  

Y ese tiempo se acabó ayer tempranito… mientras amanecía, ella fallecía… moría rodeada de toda su «red inadecuada de apoyos familiares». 

Entre lágrimas, con el dolor aullándoles en el alma, cuatro mujeres de la familia, ocho manos femeninas, se dispusieron a cumplir el último deseo de Gracia: limpiarla, perfumarla, maquillarla y ponerle el vestido blanco de novia que tenía guardado hace tiempo. Una novia luminosa que vuela libre por todos los hombres insignificantes que no la supieron amar ni valorar, por todos los hijos a los que no pudo criar… que se enfrenta enamorada y triunfante a la muerte. 

Todos somos personas con circunstancias complejas… deseos, desencuentros, sentimientos y experiencias que nos marcan, pero la dignidad y el respeto están por encima de todo eso, aunque a veces lo olvidamos y no valoramos las decisiones de otras personas, porque las juzgamos y eso desvirtúa quienes son en realidad… Respetar a los pacientes que están en la última fase de su vida, puede ayudar a que se les trate como personas y no como etiquetas. 

Marisa De la Rica

Enfermera de Cuidados Paliativos. Profesora Univ. de Zaragoza

Presidenta AECPAL y Vicepresidenta de SECPAL.

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