La vida puede ser impredecible y caótica y el proceso de morir puede serlo aún más. Es un momento de gran incertidumbre, puede ser que nos sintamos interpelados, amenazados o que ni tan siquiera podamos ponerle nombre a ese vértigo que se apodera de nosotros.

Es necesario explorar y entender el mensaje de esa incertidumbre, sino esa incertidumbre, un interrogante impreciso, se convierte en miedo a algo como reacción defensiva para saber contra que batallar. Pero será una batalla perdida contra un enemigo inexistente.

Cuando en el proceso de morir llega el momento de despedirse de todo y de todos, es posible que todo aquello en lo que nos hemos apoyado, nuestras diversas identidades, no estén ahí para sostenernos. Es un buen momento para que, paradójicamente hablando, nos apoyemos en el soltar, estando presentes ante la vulnerabilidad del sufrimiento, el misterio de lo desconocido o la contundente verdad de lo ordinario.

Cuando se aproxima algo indeseable o amenazante—muerte, enfermedad, dolor, sentimiento de indefensión, etc.—, es natural que el miedo aumente. En momentos así podemos encontrar una parte de nosotros que no teme. Esto quiere decir que lo que observa al miedo no tiene miedo, porque en su calidad de testigo no está atrapado por el miedo que observa.

¿Podemos mantener esa presencia abierta en el miedo y no a lo que nos da miedo?

La respuesta es sí y esto significa reconocer el miedo, estar dispuesto a tenerlo, a aprender de él y ser transformados por él.

Tres propuestas para reconocer que el miedo es el inquilino de la mente, no su dueño:

✦ Que nuestro amor sea más grande que los conflictos

✦ Visita tus vulnerabilidades hasta encontrar en ellas la fortaleza

✦ Transforma el temor en presencia amorosa

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